viernes, 3 de febrero de 2012

Segovia, la ciudad de la victoria.

Segovia es una ciudad inolvidable. Con un pié en el pasado y otro en el presente, esta ciudad se nos muestra como uno de los mejores ejemplos hispanos de urbanismo continuado desde los más remotos tiempos. Además aglutina uno de los mejores conjuntos monumentales, recopila muestras muy variadas de su espléndido pasado histórico, artístico y cultural, y nos ofrece postales de belleza inusual por todo su centro histórico. Prueba de todo ello fue la declaración en 1985 de su acueducto y su ciudad vieja como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Sobre la historia más remota de Segovia pocas cosas podemos afirmar con absoluta seguridad. Pero la historiografía moderna, y sobre todo la arqueología, nos hablan de un poblamiento antiquísimo en el mismo lugar en el que hoy se asienta el centro histórico. Un claro indicador de esta antigüedad puede ser el propio nombre de la ciudad. Se nos dice que el nombre de Segovia procede –o podría proceder– de la unión de los vocablos celtíberos: sego y briga, o lo que es lo mismo, victoria y ciudad/fortaleza. Es un buen principio, y además una magnífica explicación breve para su propio origen y aspecto. Situada sobre un risco montañoso horadado por los ríos Eresma y Clamores, el lugar fue elegido por las culturas hispanas más antiguas por su fácil defensa militar, y parece haber estado continuamente habitado desde entonces, hasta nuestros propios días. La historia de todas las culturas, etnias y civilizaciones que han pasado por la Península Ibérica a lo largo de los siglos, es la que ha definido y construido a la actual Segovia.


Segovia es hoy una ciudad relativamente pequeña y moderna. Es la capital de la provincia que lleva el mismo nombre, y forma parte de la Comunidad Autónoma de Castilla y León. Situada a unos 1000 metros de altitud; y ubicada a los pies de la sierra montañosa de Guadarrama, es el hogar de casi 60.000 habitantes. Su clima es plenamente continental, así que nos ofrece veranos muy cálidos y secos, inviernos que pueden ser extremadamente fríos, y estaciones intermedias breves, que incluso bastante a menudo pueden parecer casi imperceptibles.

Segovia está tan sólo a unos 90 kms al norte de Madrid. Llegar hasta ella en transporte público es extremadamente sencillo. Podemos hacer el breve viaje en autobús, en tren, o incluso en tren de alta velocidad del que –le conviene saber el viajero–, su estación está bastante apartada de la ciudad y por tanto le hará gastar un dinero y un tiempo extra para llegar al centro. En cambio, las estaciones de autobús y tren “ordinario” están integradas en la ciudad. En un solo día podremos disfrutar de lo mejor de Segovia, y conocer sus calles más concurridas y pintorescas, sus variados barrios y monumentos, disfrutar de sus excepcionales paisajes, e incluso degustar su exquisita y tradicional comida.

Da igual el medio de transporte que utilicemos para llegar a Segovia. Una vez en ella todos podremos dirigirnos a la entrada natural del amurallado centro histórico. Y ese lugar no es otro que la Plaza del Azoguejo, en realidad la plaza del Acueducto Romano, omnipresente en todas las imágenes institucionales de la ciudad, incluido su propio escudo. Junto a él se encuentra la principal Oficina de Turismo de la ciudad, y tal vez sea el lugar ideal para preguntarle a algún segoviano por la leyenda de su construcción. Ésta nos explicará que es obra del mismísimo diablo, quien fue capaz de construirlo en una única noche, aunque al final fue derrotado, o más bien engañado, y huyó dejando allí la magnífica construcción. La realidad, como siempre mucho más aburrida, nos dice que es una obra del Imperio Romano para abastecer a la ciudad de agua fresca, y que se ha utilizado hasta no hace muchos años. De cualquier manera, bien merece una detallada visita, viéndolo y fotografiándolo desde todos los ángulos, pues es el acueducto romano mejor conservado de toda Europa. ¡No lo decimos los españoles por aquello del orgullo patrio!… Lo dice, por ejemplo, el hecho de que Segovia sea la única ciudad del mundo que tiene el privilegio de ser ciudad hermanada con la mismísima Roma.

La simple imagen del acueducto nos sobrecoge y nos hace sentirnos pequeños. La razón es su monumentalidad, con una altura máxima de 28 metros en plena plaza del Azoguejo, que es su imagen más famosa y fotografiada. Allí se eleva sobre una espectacular y hermosa doble arcada de granito, pero sin entrar en tecnicismos constructivos algunos datos sencillos nos hacen comprender su verdadera magnificencia: 728 metros de acueducto construido con un total de 163 arcos atraviesan el espacio urbano de Segovia. En total, la conducción de agua tiene más de 15 kilómetros de recorrido desde el manantial de la Fuenfría –fuente del agua e inicio del acueducto– hasta su llegada a la ciudad. Durante el recorrido el desnivel del acueducto es de apenas un 1% constantemente para facilitar el transporte del agua, pero evitar el desgaste de la construcción por la simple fricción del líquido. Disponía de un filtro natural para purificar el agua y un mecanismo para regular el caudal a voluntad o en función de las necesidades. Su parte más monumental fue construida simplemente con piedra, sin usar cementos u otros aglutinantes (la gravedad, más de seis metros de cimientos en la zona más elevada, y unos pernos metálicos internos hacen todo el trabajo para mantener los bloques unidos). Y quizás el dato más demoledor de todos: fue construido entre los últimos años del siglo Id.C. y los primeros del siglo IId.C., con lo que hablamos de prácticamente 2000 años de antigüedad, y sorprendentemente casi los mismos años de funcionamiento, pues sólo a mediados del siglo XX dejó de ser utilizado para abastecimiento público. Éstos son datos más que suficientes para comenzar a valorar lo increíble del monumento.


Pero evidentemente Segovia no finaliza aquí. Nos oferta un montón de variadas rutas: distintas caras o enfoques para ver la misma ciudad, una colección de iglesias románicas de primerísima calidad, y además algunos otros monumentos que han de ser imprescindibles en una visita. Por ello, aquí sugerimos una visita que ha de continuar hacia el centro histórico de la ciudad, que puede ser perfectamente conocido en sus aspectos más importantes en una única jornada.

El acceso desde la Plaza del Azoguejo hacia la ciudad vieja se puede realizar subiendo las escaleras que se nos brindan junto a la desembocadura del acueducto, llegando así directamente a la parte más alta del centro histórico. Pero quizás el modo más natural, y desde luego el más común, es hacerlo por la estrecha Calle de Cervantes que se nos abre justo al este del acueducto. A ella se asoman innumerosos comercios, restaurantes, tiendas de recuerdos…, pero también edificios seculares de típicas arquitecturas castellanas, con pequeños balcones, con fachadas llenas de esgrafiados; y aún incluso algún edificio noble como es el caso del Palacio de los Picos, en la actualidad reconvertido a Escuela de Arte. Si una de las leyendas más antiguas, y que ya hemos citado aquí, nos explica la construcción del mismísimo acueducto como obra del diablo, este mismo personaje vuelve a ser el protagonista de otra leyenda que quiere mostrarnos el origen de la curiosa fachada de este palacio. Así parece ser que el Palacio de los Picos adquirió su actual aspecto cuando su dueño, un tal Íñigo de la Hoz, hizo un pacto con el diablo. Don Íñigo se había ido a luchar al sur de España en las guerras de Reconquista entre cristianos y musulmanes, y había dejado en su casa de Segovia –el actual palacio– a su esposa embarazada. Pero al regreso de la guerra don Íñigo descubrió que ya había sido padre, si bien su mujer había muerto. Crió a su hija, a la que llamó Guiomar, y cuando ésta se convirtió en una hermosa joven entró en escena un caballero que quería enamorar a su hija, aún en contra de la voluntad de don Íñigo. Es aquí cuando pacta con el diablo, para que en la fachada del edificio crezcan metálicos y afilados garfios que hieran, rasguen la piel del pretendiente, o incluso lo maten, para que de esta manera no pueda visitar a su hija. Y sin embargo, continúa la leyenda, la misma noche en que aquellos garfios surgieron de la piedra, el joven pretendiente no acudió a la cita, sino que envió a su escudero con un importante mensaje: “Guiomar espera un hijo. Y el padre soy yo, el hijo de Abu Djhavar, a quien vos matasteis y torturasteis durante la guerra. Esta es mi venganza”. Comprendido lo irónico y cruel de los hechos, don Íñigo acudió a un confesor de la Catedral de Segovia, quien mediante un contrahechizo consiguió que donde estaban los afilados garfios, simplemente quedasen diamantes de piedra, dando origen al actual aspecto del edificio.

En fin, la historia verdadera vuelve a ser bastante más aburrida. El tal don Íñigo existió, y de hecho fue él quien ordeno las obras de decoración de esta peculiar casa. La conexión con el ámbito musulmán existe, pues parece que el palacio había sido propiedad de una persona que hubo de exiliarse tras los acontecimientos de 1492. Fue entonces cuando lo adquirió el nuevo propietario, quien pronto se cansó de que se refiriesen a su casa como la casa del moro, razón por la cual, tras pedir consejo a un canónigo de la Catedral de Segovia, tomó la decisión de hacer lo que éste le indicaba: modernizar su palacio cambiando algo en la fachada que lo hiciese llamativo, distinto, diferente, para que de esta manera los segovianos olvidasen el nombre que le estaban dando. Incluso se conserva la documentación de la época: haciendo construir esta fachada en la cual desde el zócalo hasta la cornisa, salvo los huecos, no entran sino sillares tallados en punta de diamante; así pues este ornamento no aparece sembrado aquí y allí por la fachada como en la de las Conchas salmantinas, sino que la cubre toda prestándola un carácter de rudeza y hosquedad medieval”. Desde el año 1977, y tras muchos propietarios y usos, el palacio de los picos es sede de la Escuela de Artes Aplicadas de Segovia. Se puede visitar el patio interior, y parte de las instalaciones.


Dejando atrás este curioso edificio, continuaremos caminando hacia lo profundo del centro histórico. La antigua calle de Cervantes muda su nombre por el de Calle de Juan Bravo precisamente a la altura del palacio de los picos. Juan Bravo es un viejo conocido de los segovianos y castellanos, y además uno de sus principales héroes, que osó hacer frente al mismísimo emperador Carlos I, contra el que inició la Guerra de las Comunidades. Y por supuesto lo pagó con su vida. Apenas iniciado nuestro paseo por esta calle nos encontramos con un ensanchamiento, discreto, que conforma una plazoleta llamada del Platero Oquendo. En su izquierda se levanta uno de los edificios más singulares y originales de toda Segovia: el Palacio del Conde Alpuente. Hoy es la sede administrativa de las autoridades políticas de Castilla y León en Segovia, y por esta razón su visita es complicada. Pero el viajero podrá admirar su espectacular fachada y su esbelta figura. Se trata de un viejo palacio gótico, con un elevado torreón y unas hermosas ventanas geminadas con arquerías y columnas coloridas que le dan una mayor belleza. Toda la fachada está recubierta de los típicos esgrafiados segovianos, que en este caso recuerdan, o tal vez se inspiran, en viejos recamos y diseños de las telas y tapices antiguos, de los que la ciudad de Segovia fue uno de los principales centros creadores de todo el país durante la Edad Media. Es uno de los mejores ejemplos de la ciudad. A escasos metros, continuando en dirección este por la calle de Juan Bravo, o por el estrecho pasadizo desde la entrada del Palacio del Conde Alpuente, nos encontraremos con otro edificio antiguo muy bien conservado: la antigua Alhóndiga. Es decir, el viejo almacén de grano –cereales– de la ciudad. Su origen también es medieval, y de hecho algo impreciso o confuso. En la actualidad es una sala de exposiciones, así que en este caso sí podremos visitarlo sin dificultades. Lo más llamativo es su fachada, que ricamente decorada siempre con esgrafiados, enmarca una sencilla fachada de gótico isabelino, y se cubre por un rico alero de tradición mudéjar.

Retomando una vez más la calle de Juan Bravo, podemos caminar unos metros más hasta que se nos abra en ella otra pequeña plaza: la de San Martín, que toma el nombre de la Iglesia que la preside. Se trata de un hermoso ejemplo de arquitectura románica segoviana, pero buen ejemplo también de cómo los edificios históricos están siempre sujetos a cambios, ampliaciones, modificaciones, ajustes a la “moda” de la época… Es decir, si el viajero quiere visitar una fantástica iglesia románica, pero mucho más pura en su estilo, también la hay en Segovia. Pero deberá entonces buscar en su mapa la Iglesia de San Millán –no muy lejana–, o ir a admirar la increíblemente alta y esbelta torre de la Iglesia de San Esteban.

En esta plaza de San Martín, en cambio, podrá disfrutar de los numerosos palacios que la conforman, alguno incluso medieval –gótico–, al que los segovianos llaman cariñosamente, como no, el Palacio de Juan Bravo, aún cuando muy probablemente nada tiene que ver con aquel personaje. Se trata de uno de los pocos edificios medievales construidos con piedra labrada, es decir, sin decoración de tradición mudéjar o de esgrafiados. Pequeño, estrecho y esbelto, destaca por sus proporciones, la sencillez de sus líneas, y sobre todo por una pequeña galería de tres vanos que se abre en su planta superior, casi a modo de balcón. Todavía en la misma plaza de San Martín, y tras unas escalinatas que nos ascienden hacia la escultura, como no, de Juan Bravo, nos encontramos con otro singular edificio: el torreón de los Lozoya. Es ciertamente más una torre que un verdadero palacio, y ello nos habla de su aspecto fuerte y rudo, por su origen militar, y de su perfil de torre más que de palacio típico. El edificio ha sido rehabilitado y adecuado para albergar en su interior y su sótano diversas salas de exposiciones que conforman la “Casa-Museo del Torreón de Lozoya”. Su visita puede ser aconsejable.

Regresemos a la plaza, y retomemos por enésima vez la calle Juan Bravo. A unos cincuenta metros escasos, se vuelve a conformar una pequeña plazoleta, en esta ocasión llamada del Corpus Christie. Irónicamente, como en la mayoría de las viejas ciudades españolas, este nombre tan cristiano y tan católico nos indica que estamos a punto de introducirnos por las calles de la vieja judería de la ciudad. La judería de Segovia fue probablemente la más importante y una de las más antiguas del Reino de Castilla si obviamos Toledo y comprendemos que Córdoba desarrolló su espectacular judería bajo el dominio musulmán. Este hecho es significativo, y quizás por ello la actual Red de Juderías de España ha puesto gran empeño en recuperar aquel glorioso pasado, y aquel antiguo aspecto que se comenzó a modificar a principios del siglo XV, y más radicalmente desde 1492. En la misma plaza del Corpus Christie debe el viajero buscar una estrecha fachada de piedra, de recuerdo gótico tardío, por cuyo portalón debemos entrar. Sobre la propia puerta, y labrado en la piedra se puede leer Corpus Christie. Es el acceso al actual Convento de las Clarisas, cuya iglesia es la vieja sinagoga mayor de la ciudad, construida durante el siglo XIII. El templo fue expropiado por la Corona de Castilla hacia 1410, y reconvertido como iglesia. Por ello durante tiempo se conservó prácticamente intacto, tal y como era originalmente, hasta que un incendio la devastó en 1899. Afortunadamente los documentos gráficos de grabados, dibujos y pinturas permitieron su reconstrucción, bastante fiel, y que hoy se puede visitar. Merece la pena, porque la belleza del templo es significativa. El viajero que ya haya visitado con anterioridad la Sinagoga de Santa María la Blanca en Toledo verá el gran parecido que guarda este edificio. La entrada es gratuita, y se aconseja dejar un donativo para la comunidad religiosa que aquí vive.

Desde la antigua sinagoga estaremos dispuestos para conocer la vieja judería segoviana. En realidad podemos empezar diciendo que son dos, una nueva y otra vieja. O lo que es lo mismo, una antigua, y otra fruto de la ampliación de la primera. Hoy apenas se nota esto si caminamos por sus calles, pero lo que sí es evidente es el ambiente tradicional de estos espacios habitativos sefarditas: calles estrechísimas, sinuosas y retorcidas, y espacios generalmente encerrados literalmente por murallas y con puertas de acceso. En efecto, la judería de Segovia cumple estos requisitos. Desde la vieja Sinagoga, hoy Iglesia del Convento del Corpus Christie, el viajero podrá tomar la estrechísima Calle del Sol. Ésta irá descendiendo progresivamente, a medida que nos adentramos en el corazón del viejo barrio hebreo. Pronto verá una puerta de salida, por la primera calle que encontrará a mano izquierda. Puede dirigirse por ella, y podrá entonces ver el actual ábside del templo que acaba de visitar. Pero aquí recomendamos continuar por la calle que traíamos, del Sol, que ahora pasará a llamarse, no por casualidad Calle de la Judería Vieja. Justo en la esquina encontrará sendos palacios que se apoyan el uno en el otro, dos lugares que pueden ser visitables si quiere ampliar sus conocimientos sobre la España sefardita, y más concretamente sobre la Segovia Judía. Se trata de la Casa de Abraham Senneor, y el Centro Didáctico de la Judería de Segovia. Tradición, cultura, costumbres y artes hebreas son explicadas con mimo en estos lugares. Además, en el segundo se hace alarde de un despliegue de información a través de últimas tecnologías, y también se puede recurrir aquí mismo a contratar un guía para visitar en profundidad el barrio, e incluso el antiguo cementerio hebreo.


Nosotros continuaremos con nuestra visita retomando la Calle de la Judería Vieja hasta que esta finalice en un cruce, en el que habremos de continuar por la Calle del General Martínez Campos. Ésta se pegará a las murallas de la ciudad, y nos depositará justo ante la Puerta de San Andrés. Aunque la puerta ya existía antes, porque es la salida natural de la ciudad hacia el valle del río Clamores, se cita por primera vez en 1120. Conserva restos románicos y mudéjares, aunque en realidad su aspecto responde a un proyecto decorativo que realizó el arquitecto Juan Guas en época de los Reyes Católicos. El interior de la puerta es visitable, y permite además el acceso a la ronda alta y adarves de la muralla segoviana. Visitada o no la puerta y la muralla, nuestra visita a pié por la Segovia hebrea continuará buscando la Calle de la Judería Nueva. Ésta nace justo en las cercanías de la puerta, pero en esta ocasión, en lugar de descender, asciende hacia la parte más alta de la ciudad. La calle es muy pintoresca, y está llena de escalones que nos ayudarán a ascender mientras admiramos las viejas arquitecturas, las viejas casas que conforman esta parte del centro histórico, y que fue el espacio ganado en la ampliación de la judería. Caminemos por la calle hasta que la agotemos. Habremos llegado a una calle perpendicular a la que traemos, que debemos tomar hacia la derecha (dirección oeste), o mucho más fácil, buscar con la vista, y en las alturas, la torre de la Catedral de Segovia, que es nuestro próximo destino. Está tan sólo a unos cincuenta metros de distancia.

La Catedral de Santa María de Segovia es una de las más grandes del país. Su construcción se extendió en el tiempo, y a pesar de ello da una sensación de unidad y belleza bastante lograda, aún a pesar de que su aparente estilo gótico sea ya en realidad un incipiente nacimiento del estilo renacentista, y aún a pesar de que sólo una de sus dos torres fuese terminada, lo que da a su perfil una sensación de cojera. En muchas guías se nos dice que es la última catedral en estilo gótico que se construyó en España. Bien, de acuerdo. Puede ser cierto. Pero sería lo mismo decir que es la primera que se construyó con ciertos ideales del estilo renacentista hispano. Y es que en realidad las formas y decoraciones, el lenguaje constitutivo es plenamente gótico, si bien ciertos principios arquitectónicos y algunas decoraciones, funcionan ya bajo estereotipos renacentistas. Ello se explica por sus arquitectos, Juan y Rodrigo Gil de Hontañón. Padre e hijo. El padre inició las obras, y el hijo las culminó. El padre era un arquitecto de tradición y formación gótica plenamente, mientras que el hijo fue uno de los primeros y más importantes arquitectos del renacimiento hispano. Cada uno que vea lo que quiera. Pero lo que es indudable es la magnificencia de la Catedral segoviana: tres naves con girola, altura de 33 metros para sus bóvedas, y un espacio total de 50 metros de ancho por 105 metros de largo. Su interior es hermoso, luminoso y equilibrado. Merece la pena una visita. Además, su claustro no es contemporáneo, sino que responde a la anterior catedral, que fue destruida durante la guerra de las comunidades.

Justo al lado de la Catedral se encuentra la Plaza Mayor, que como en toda plaza mayor española que se precie, reúne Catedral, Ayuntamiento y Teatro. Y además templete o kiosco para la banda municipal de música y otras fiestas. La plaza es sencilla y está porticada a la manera castellana. En esos pórticos que la rodean se encontrarán tiendas de recuerdos y suvenires, y también algunos de los restaurantes típicos en los que degustar el más famoso manjar segoviano: el cochinillo asado. No resulta difícil encontrar algún menú típico a buen precio: Sopa castellana, Judiones de la Granja y por supuesto el cochinillo es lo más habitual y recomendable. Y de postre: ponche segoviano, que aquí no es una bebida, sino un elaborado y delicioso manjar. Si lo preferís, no olvidéis que estáis en Segovia y su pasado es importante. Existe un nutrido número de restaurantes sefarditas en la ciudad. Eso sí, como consejo general preguntad antes de comer, pues aunque la receta sea seguramente sefardí, la comida no necesariamente cumplirá los requisitos kosher. Los camareros os sacarán amablemente de la duda.


Comidos y descansados, la visita puede continuar por la calle que está a los pies de la Catedral, por la que habíamos llegado previamente. Se llama Calle del Marqués del Arco, y luego sin aparente cambio comenzará a llamarse Calle de Daoíz, en recuerdo del héroe sevillano que luchó contra la invasión francesa. Bajemos por ella, pues el recorrido será cuesta abajo, y nos estaremos adentrando en parte de los barrios más antiguos de la ciudad. Las calles se irán estrechando, y los edificios irán perdiendo altura. Al final de la calle, en la zona más inexpugnable de la ciudad, se encuentra en realidad el origen del poblamiento segoviano y la guinda a nuestra visita: el Alcázar. Como todos los que reciben este nombre han sido a lo largo de los siglos castillo, fortaleza árabe, y palacio o residencia real, lo que nos explica lo conveniente que es reutilizar lo que ya está construido. El Alcázar de Segovia es el más espectacular de los españoles, por su ubicación y sus formas de “dibujos animados” en el perfil que ofrece desde abajo, desde la confluencia de los ríos Eresma y Clamores. No en vano, dicen los segovianos, que el mismísimo Walt Disney se inspiró en esta construcción para su recreación palaciega de Disney World, y leyenda o no, el parecido es evidente. El Alcázar que encontrará hoy el visitante merece la pena una visita. Seguramente la más aconsejable de todo el día. En su interior conocerá la evolución del edificio, desde la época romana a la visigoda, a la musulmana después, a la de los Reyes Católicos y los Austrias al fin. Y descubrirá la belleza de los muebles, decoraciones, tronos, armaduras y armas que se esconden en su interior. Podrá además subir a la altísima torre del homenaje, desde la que alcanzará a ver toda la ciudad de Segovia el imponente perfil de la Catedral en primer plano, y la hermosa sierra de Guadarrama de fondo.

Finalizando ya la visita a Segovia, y si el viajero dispone de la totalidad del día, y todavía de fuerzas, tal vez merezca la pena una última doble visita. A los pies del Alcázar, y por lo tanto a una distancia que nos llevará unos 15 minutos a pié, se encuentran no solo las mejores vistas –y fotos, claro– del Alcázar, sino también dos lugares singulares. El primero la circular Iglesia de la Vera Cruz, construcción románica levantada por la más enigmática orden de monjes guerreros: Los Templarios. Bien merecerá una visita. Y por último, a unos centenares de metros más, el Monasterio del Parral, oculto entre un acantilado y la frondosa vegetación, y en el que todavía habitan religiosos de la Orden Jerónima, la predilecta de la Monarquía Española. El inconveniente es que luego para regresar a la ciudad hemos de volver a subir el enorme desnivel que nos separa, pero bajar hasta este lugar, y sobre todo para ver el espectacular perfil del Alcázar bien merece la pena.


Como ya dijimos al principio de esta entrada, llegar a Segovia es fácil. Poco más de una hora en autobús, hora y media en tren, y unos 40 minutos en tren de Alta Velocidad. Los precios son asequibles y la distancia invita a realizar una visita en una única jornada. Esta visita la podemos realizar en cualquier época del año, pero poniendo atención a las previsiones meteorológicas. Como ya advertimos, el verano puede ser bastante cálido, pero sin llegar a incomodar por calor, normalmente. Primavera y Otoño pueden ser momentos excepcionales sabiendo que la oscilación térmica entre el día y la noche es muy elevado –fácilmente hasta 20º de diferencia– debido a la altitud de Segovia. Pero esto se soluciona fácilmente con la ropa adecuada y un vistazo a las previsiones. La mayor atención ha de prestarse en invierno. Nada nos impide visitar la ciudad con agrado, pero evidentemente se trata de un lugar bastante frío, con tardes y noches extremadamente frías con cierta frecuencia, así como con relativa facilidad para la presencia de nieve.




Video de promoción turística de Segovia.




I.Y.P.

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